ARTROSCOPIA | VOL. 22, Nº 1 | 2015

EDITORIAL


¿Qué tal estuve mamá? ¿Qué tal estuve?
En la segunda hoja de su último libro Irvin D. Yalom, profesor de psiquiatría en la Universidad de Stanford y autor de una gran cantidad de buenos libros de psicoterapia y también de narrativa, se hace esta pregunta, ¿qué tal estuve mama?, ¿Qué tal estuve? El título del libro es “Mamá y el sentido de la vida” y comienza relatando un sueño experimentado desde el lecho de enfermo. Dice textualmente: atardecer. Quizás me esté muriendo. Formas siniestras rodean mi cama, monitores cardiacos, tubos de oxígeno, goteantes botellas intravenosas, rollos de entubado plástico. Son las entrañas de la muerte. Cerrando los párpados me deslizo hacia la oscuridad… y entonces surge el sueño, se ve saludando a su madre desde un carro, un rato antes de entrar en la Casa del Horror dentro de un gran parque de diversiones y le grita: ¡Mama! ¿Qué tal estuve, mama? ¿Qué tal estuve?
Me detengo por un instante, sin poder abordar el segundo capítulo del libro en cuestión con la pregunta flotando y dando vueltas por mi aturdida mente, y trato de acomodarme en mi silla buscando algo de calma y un tiempo de reflexión imprescindibles para poder seguir.
Cuanta importancia tiene para el resto de nuestras vidas ese primer vínculo.
Esa simbiosis inicial, el despertar acompañado, el calor de los cuerpos, el intento de descubrir lo porvenir, el disfrute del presente y el ancla donde a veces necesitamos amarrarnos cuando nos lleva la corriente. Comprendí por un instante que puede actuar a favor o en contra y solo actuaría en contra si pasa desapercibido.
Trato de discernir, no sin antes incluir en los recuerdos, algo de mi propia experiencia de cuna. Por qué un psiquiatra de la envergadura del autor en cuestión, que ha buceado tanto a lo largo de su vida profesional como médico psiquiatra entre todos los monstruos imaginarios y no tanto, que habitan en las historias de sus pacientes, puede formularse semejante pregunta.
Camino por la casa sin rumbo cierto y como siempre, encuentro el refugio buscado entre los libros de mi biblioteca que siempre saben de respuestas. Es miedo, miedo de un mortal que definitivamente descubre que lo es, miedo a enfrentarse con la brevedad de la existencia, a entender y asumir que somos seres efímeros, temerosos del final y que solo en ese instante de angustia ante el supuesto abismo necesitamos saber SI LO HICIMOS BIEN.
¨Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria¨, decía Friedrich Nietzsche y sostenía con firmeza ¨que el mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación¨.
Engañados hasta el hartazgo recorremos nuestra vida, creemos ser seres individuales y únicos, capaces de impartir el bien o el mal a nuestro antojo, creemos ser guías sinceros del bienestar de nuestra descendencia, pero no nos damos cuenta que somos egoístas y mezquinos a la hora repartir bondad y sabiduría. Nos creemos lo que somos y habitamos un mundo de fantasía creado por nosotros mismos que dejamos como legado, mostramos algo vacío de contenido, lo que pretendemos ser pero no somos, lo que queremos que vean, escondiendo sin si quiera saber porque, nuestra más sincera verdad.
Algo enojado, dejo el libro sobre la silla ya sin mi cuerpo y me pregunto con angustia ¿Por qué lo hacemos?, porque nos entregamos a la voluntad de los demás y no seguimos nuestros propios ideales, porque actuamos una obra de nuestras vidas para un público que no nos está pidiendo semejante actuación.
Me gusta pensar que las personas en este mundo, deben cumplir diferentes funciones, nosotros los profesionales relacionados con la salud, que ponemos en juego permanentemente habilidades intelectuales y físicas como el conocimiento, talento y destrezas, puestas al servicio del prójimo, no debemos dejar que esa función que cumplimos se apodere de nosotros y nos convierta en personajes de un drama que terminamos representando.
Como dice Eckhart Tolle en su libro Una Nueva Tierra… Cuando visitamos un médico que está completamente identificado con su personaje, no somos para él un ser humano sino un paciente o un caso.
Pero Nietzsche nuevamente logra sostenerme e iluminarme, quien sabe, quizás gracias a la influencia de su locura más frenética y como si esta fuera la única manera, me deposita nuevamente sobre mi silla y me susurra al oído con calma… “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”.
Querido Dr. Irvin D. Yalom, para tu tranquilidad, lo has hecho bien, tus pacientes, aliviados en su dolor y con algo de esperanza hacia el porvenir, podrían responder esta pregunta mejor que tu propia madre y siente el gran privilegio de haber sido tú mismo.

Dr. Fernando Barclay
Coordinador Editorial