Editorial
ARTROSCOPIA | VOL. 24, N° 2 | 2017
EDITORIAL
Una verdad que duele
Revisando algunos papeles acumulados en mi escritorio, desordenados y ya descoloridos por el tiempo, me encuentro con una fotocopia de mi título de médico que me muestra como fecha de graduación, agosto de 1986. Puede ser que ya hayan pasado más de 30 años desde aquel día de gloria y aun hoy me siga preguntado cuando y como elegí abrazar esta intensa y honorable profesión.
Mi padre más que padre siempre fue médico, ejerció su profesión con pasión, responsabilidad y ética impostergable, el tiempo que le dedicó, compitió permanentemente con la posibilidad de compartir con mi madre la crianza de sus cinco hijos.
Nunca le gustó interactuar con los pacientes en el consultorio, lo hizo durante muchos años por necesidad, siempre sostenía que no había mejor profesión que la de ser médico pero sin ejercerla, por eso buscó y encontró su camino profesional en la investigación.
Fue treinta años gerente de investigación para un laboratorio multinacional, pasaba largas temporadas fuera de casa formándose y trabajando en protocolos de investigación, ejerció la docencia oral y escrita para la formación de jóvenes investigadores y finalmente creó y puso en marcha el único Comité de ética en Investigación para la evaluación de trabajos de investigación en Latino América que aun hoy funciona y continua creciendo.
De los cinco hijos dos fuimos médicos, ninguno se dedicó al legado de nuestro padre, es más, adoptamos de lleno la práctica de la medicina asistencial y fuimos adivinando en el camino de la vida, más que en el de la profesión, en donde queríamos permanecer.
Cuando y como decidí elegir esta profesión, quizás reflexiono acerca de la decisión que tomé hace treinta años, agobiado por las noticias de permanentes agresiones de familiares y amigos de pacientes a los profesionales tratantes, indignado por la odisea cotidiana que, hombres y mujeres de blanco soportan día a día en los pasillos de hospitales públicos politizados, desmantelados y con una historia de gloria ya tan lejana, triste por el destino de grandes compañeros de ruta en esta profesión que debieron rendirse ante tanto esfuerzo y presión, dentro de un sistema de salud tan perverso que solo el más vivo sobrevive sin importar capacidades, esfuerzo por la formación o constancia y dedicación en la tarea cotidianas.
Me pregunto si la profesión que elegí me dignifica en medio de una lucha de poderes económicos y tecnológicos, que dejan al paciente como rehén inocente sin defensa ante semejante batalla
Mi padre siempre quiso ser lo que fue, nunca dudó de su elección profesional, pudo formarse y trabajar para ser médico, pudo elegir, nunca abandonó su trabajo hasta nuestros días, jamás concibió otra forma de vida ni de estar, vivió el esplendor de la educación y el hospital público sin otro mandato que el de la excelencia.
Solo sé, que por suerte estuvo a salvo de la voracidad de la medicina privada, del auditor de turno desinformado, de la impersonalidad de los call center para pedir un turno, de la acumulación insospechada de pacientes por sobre turnos, de tener que contestar una lista interminable de preguntas acerca de tal o cual enfermedad y su tratamiento extraídas de internet.
Nunca experimentó el aburrimiento de redactar cientos y cientos de resúmenes de historias clínicas para justificar ante algún administrativo anónimo el procedimiento terapéutico elegido, artroscopia compleja, artroscopia simple, artroscopia súper compleja, códigos y módulos que jamás podrán definir ni médica ni económicamente el valor y la responsabilidad que nos une a nuestros pacientes.
En su desesperada carta al presidente de turno en Argentina antes de su muerte, el prestigioso cardiocirujano René Favaloro escribe: "Es indudable que ser honesto en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar”.
En un tono desgarrador y antes de disparar el arma con precisión milimétrica en su corazón castigado por el egoísmo y la ambición de políticos, colegas y empresarios mezquinos, que nunca vieron más allá de sus necesidades, Favaloro insistía por la libre elección del médico tratante, el fin de los retornos que esconden mentiras, la necesidad de asistencia económica a instituciones académicas y asistenciales de prestigio, el valor económico de la tarea docente bien realizada, la no incorporación al “Sistema” (ana-ana, retorno), solo lo consolaba haber atendido a sus pacientes sin distinción de ninguna naturaleza.
Seguramente pude haber elegido esta profesión por acercarme al modelo de mi padre, quizás lo hice por la increíble sensación que me produjo haber leído en mi época del colegio secundario el libro "Recuerdos de un médico rural” de R. Favaloro. Seguramente anhelaba una profesión en donde pudiera recibir más que dar, una profesión que me diera un lugar con responsabilidad en la sociedad, un trabajo que en definitiva permitiera el desarrollo de mis destrezas y capacidades para ponerlas al servicio de mejorar las vidas de las personas.
En su carta de despedida el Dr. Favaloro decía: "Estoy tranquilo, alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo que es cierto, espero me recuerden así”.
Dr. Fernando Barclay
Editor en Jefe Revista Artroscopia